Desde mediados del 2017 observé dos acontecimientos como post de amigas en Facebook, la sobredosis de TOP de BigBang y la muerte de Jonghyun de Shinee. Ambos me llenaron de tristeza y de ganas de saber cómo eran/fueron estas personas. Descubrí con sorpresa a BigBang. Uno de los primeros videos musicales que vi fue Fantastic Baby y me asombró lo distinto de la estética y la música, medio chistoso y cringey.
Empecé a ver más videos, y me encontré con Weekly Idol que es un programa que lleva grupos de KPOP y les hace una entrevista chistosa y entretenida. Ahí fui descubriendo y diferenciando sus personalidades, y me asombró lo divertidos que podían llegar a ser. Un día fui al barrio coreano de Shinokubo y me encontré comprando merch de BigBang y TOP que se transformó en mi favorito, un rapero alto, guapo y divertido.
El año 2017 fue uno de mis peores años, viví una situación traumática en Japón que me hundió en un profundo estrés post traumático y depresión. El KPOP se transformó en una herramienta que traía risas, emoción y disfrute a mi vida. No es mentira si les digo que es común leer historias de fans cuyas vidas fueron salvadas por el KPOP. Es una experiencia potente, sólo puedo compararla con la conversión a una religión.
Pronto vendría la gira Last Dance, que sería la última actuación de BigBang en Japón antes de que sus miembros entraran al servicio militar, y la última hasta hoy.
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